domingo, 21 de septiembre de 2014

Culos desfilando y alaba-culos inoportunos (Historias recónditas de la ciudad de Cádiz)

                                                                                  



Canto en una coral, eso ya lo sabeis todos. Nuestro uniforme es algo discreto y lacio, pero que yo agradezco, es negro y sin llamar la atención, todos y todas con pantalón. Para sufragar el coro cantamos a ratos en algún evento y también en alguna que otra boda que nos surge aquí y allá. El otro día nos tocaba cantar en la barroquísima iglesia de San Francisco, que se sitúa en un lugar  donde es practicamente imposible acceder en coche. Me deja mi esposo en la esquinita de la calle Antonio López y empiezo a subir cargada con mi gran bolso lleno de partituras, cepillo, laca, y todas  esas cosas que el acicalamiento femenino nos obliga a llevar si queremos estar decentes y arregladas para la ocasión. La calle que se empina en un ángulo de unos quince grados hasta desembocar en la Plaza Mina, es un estrecho paso justo para dos pequeñas y defectuosas aceras y una carretera por la que desfilan hacía nosotros a toda velocidad , mil y un coches. Yo consciente de que la boda es dentro de una media hora, aligero el paso con mis zapatos altos cómodos y urbanos que acabo de comprar, para poder jubilar los durísimos de charol que no me dejaban ni respirar. Tengo que frenar la carrera ante la presencia de lo que presiento son algunas invitadas a la misma boda a la que yo me dirijo, por su atuendo. De repente desde abajo de la calle, apenas avanzados treinta metros, nos gritan unos ejemplos maravillosos del patriarcado reinante: "¡Quilla! ¡cojonesssssss! ¡quítate de en medio!", miro hacía atrás y veo a cinco ciudadanos puramente gaditanos afianzados en la esquina del bar, de los cuales uno corrige y dice "¡¡Que no cojones, que esa también tiene un buen culo!!!" y entonces miro hacía adelante y ahí me doy cuenta de la cuestión.
 Delante mía desfilan una muchacha de uno y ochenta centímetros de alta, grande y esbelta   con un vestido corto de esos imposibles de llevar para cualquier mortal, y la que yo presiento no tiene mucho más allá de veinte años. Camina haciendo equilibrios sobre un par de zapatos peligrosos de altos, cuidando a una señora mayor , intuyo, maldiciendo internamente a los señores de la esquina que siguen cantando sus maravillosas frases halagadoras para la joven, aunque todo hay que decirlo, también para mi culo. Me llaman muchacha, lo cual no deja de halagarme porque aquella edad la dejé ya algo atrás, se que es a mi, porque dicen de continuo " A la de negro, échate par laito y así os vemos a la dos". Lo coches siguen bajando, la calle sigue complicándose, la muchacha sigue haciendo aspavientos imposibles, los "piropos" siguen inundando el ambiente. Mi pelo se va alborotando, yo ya no veo coches bajando, veo culos y culos desfilando delante de mi cara, cosa normal porque soy como unos treinta centímetros más baja respecto a la altura de la muchacha y no veo detrás de mis gafas mágicas la hora de volar y de llegar antes que las invitadas a la boda. Intento relajarme, canto mentalmente el Aleluya de Heandel, la muchacha da un traspiés, da otro , pienso "Ay dios mio, que no pegue el cebollazo aquí en medio". Los tipos ya apenas se escuchan, hemos avanzado otros treinta metros. Por fin puedo cruzar. Me olvido de la chica, de su culo, del mio y de lo complicado que ha sido siempre esconderlo. Llego al ensayo previo, tarde para variar. Me fijo sin querer en los culos de mis compañeras. Me fijo en los de mis compañeros. Tampoco son tan distintos. Sin embargo no he visto nunca a una pandilla de chicas diciendo tal cantidad de tonterías ante un grupo de chicos monos con bonitos y excelsos culos, que haberlos haylos. Me miro el mio de reojillo, tampoco está tan mal para mi edad. Ahora si se me viene a la cabeza el grupo de la chica, el minivestido, los maxitacones, la maxialtura, la abuela mayor de negro, y no se quién más con su correspondientes culos delante nuestra, los hombres con sus griteríos, la situación estúpida de nervios. Sigo haciendo la lectura mental de los improperios merecidos dentro de la cabeza de la chica y pienso que la que mejor iba era la abuela, ella ya no tiene culo, ni tetas, ni nada, ella solo tiene su vestido arreglado negro de domingo y hace tiempo que los piropos pasaron a mejor vida aunque ella aún se resiste. En verdad ella es la que mejor iba a la boda, la más cómoda, la más pancha y la más tranquila. 
Eso si, y a forma de conclusión, decir que debe de ser un nuevo deporte eso de quedar en el bar de la esquina de turno, allí apoyados en el cañón cervecita en mano, y recibir con mil albricias y emocionados vítores a las asistentes de las bodas y a sus, sin duda, fluctuosos culos; pero chicos, con todo mi cariño ¿no sería mejor dar una vuelta con la parienta y cogérselo a ella, allí mismo, in situ? ya que eso del desear lo ajeno crea mucha pero que mucha ansiedad. Si  después de leer esta historia recóndita de mi bonita ciudad, no me creen y piensan que exagero, no duden ustedes en ir a la esquina de cualquier calle que lleve a cualquier iglesia del casco viejo, cualquier sábado o domingo, días en los que se suceden las celebraciones de bodas católicas  y colóquense cómodamente en la esquina que mejor vista tenga, esperen un ratito, observen , vean y luego me darán la razón.