lunes, 26 de mayo de 2014

La banderitas dejarlas en el baúl de los recuerdos

                                                                         



La derecha se abre paso en Europa, se instala y campa a sus anchas. No sería un problema si no tuviesen esa manía de pensar que dos terceras partes del planeta sobramos. No sería un problema si no tuviesen esa manía de aglutinar todo los beneficios para ellos, si no tuviesen la mala costumbre de sentirse padrastros y jueces. En contraposición, las izquierdas se dividen, se expanden dentro de su laberinto de creencias sociales y esperanzas disecadas por los recortes. Es siempre lo mismo, si no eres de Dios eres del Rey, pero en el fondo es la misma guerra, la misma lucha, los mismos ideales narrados, cantados, vitoreados. 
Yo soy una simple ciudadana, yo, como un sinfín de pequeños ciudadanos, lo único que pedimos es vivir en paz, con lo básico, que podamos hacer uso y disfrute de nuestra pequeña parcela de felicidad y que esté salvaguardada  de Dios, del Rey y por supuesto de los hombres. A ratos nos dan una banderita y la ondeamos al aire, al final de un palito, como chiquillos avanzamos en tal o cual manifestación creyendo que ese trozo de tela que ondea nos pertenece, pertenece a nuestra ínfima parcela de felicidad que apenas se sostiene. No es cierto, no nos dejemos engañar, esa banderita, banderola, pertenece a otros, a otros más altos, más allende los mares que vinieron y conquistaron a base de iniquidades un trozo de tierra. Si somos listos, si nos asomamos a mirar un poquito, vemos al final del negocio de la banderita, la cara del dueño de la tierra. 
Qué listo sería el ser humano si un día se plantara y sólo entendiera de una bandera, de la de vivir en paz. Qué lista la gente si sólo por una vez abriéramos las puertas de par en par y gritásemos: "Aquí todos a la orden de ya" porque todos es todos y que ni uno quede fuera del tiesto. Que si tu hijo falta, el que falta es hijo de todos y allí estamos para ayudar. Sacar a diario ese lado bueno que nada más nos sacan en las grandes tragedias, pero sin la necesidad de que eso suceda.Que bueno sería que estos, los de abajo, los divididos de izquierdas, lo seamos o no, por una sola vez, solo por una vez, tiráramos la banderola a la basura y fuéramos capaces de salir del redil de las fronteras, abriéramos la puerta y gritásemos "¡Aire entra!" y pudiésemos por fin respirar tranquilos y en paz. Por fin poner la mesa para todos en la fiesta y compartir con todos cada poco de oxígeno.
Mientras, la ultra-derecha avanza, enarbola sus discursos separatistas y recuperan sus nacionalismos de olor a naftalina de los baúles de la vergüenza. Qué fácil es dejarse llevar, caer en la trampa de la banderita, caer en la trampa del orden y del bienhacer. Qué difícil es decirles ""¡Irse!, déjennos nuestro pedacito de tierra y nuestro trocito de felicidad en paz" qué difícil es decir "¡Así NO!" Nos dejamos llevar por el discurso y la banderita una y otra vez, una y otra vez, descontentos con todo y de todos, nos agarramos al discurso neoliberal en esta vieja e insatisfecha Europa cansada y de vuelta de nada o de todo. Este continente es muy viejo, quizás demasiado viejo, pero se le ha ido la vida en noches de juerga y borracheras y parece que no ha aprendido nada. Sigue demasiado preocupada por un trozo de tela y demasiado poco por la gente, su pequeña y menuda gente, esa, la divisible, la pequeña de izquierdas, lo sean o no. A ver si tenemos suerte y no faltos de valor, esta vez,dejamos las banderolas en casa, en el cajón olvidadas y no tenemos que vestir el crespón negro por otra centuria que al final si que quedará olvidada.